Fábrica de chips de 12 pulgadas - Crédito: TSMC
En la crisis de los semiconductores comienzan a delimitarse ganadores y perdedores dentro de la propia industria. Dos casos que representan estas tendencias son la taiwanesa TSMC y la estadounidense Intel. Y quien resulte ganador de esta etapa estará en las mejores condiciones para reinar en la siguiente, caracterizada por un fuerte crecimiento de las ganancias de la mano de una robusta demanda, hasta 2030 por lo menos.
Ambas empresas sufren y se benefician por igual de la crisis global de chips que golpea a la economía global desde 2021. Una combinación de un mercado con crecimiento lento, con reducción en el ritmo de las inversiones dejó a la industria de semiconductores con la guardia baja ante el repunte de la demanda global, desde el inicio de 2021.
La escasez de chips derivó en un incremento del precio unitario de los procesadores. Pero ese beneficio es, al mismo tiempo, corroído por la suba del valor de los costos. Un informe de Gartner da cuenta del tema: “El aumento del precio de venta promedio (ASP) de los semiconductores debido a la escasez de chips sigue siendo un factor clave para el crecimiento en el mercado mundial de semiconductores en 2022, pero se espera que las restricciones generales de suministro de componentes de semiconductores disminuyan gradualmente hasta 2022 y los precios se estabilicen con la mejora de inventarios”, señala.
En el caso de TSMC, el alza de los precios es responsable directo de sus grandes ganancias, de US$ 5.000 millones en el primer trimestre del año. También de un EBITDA del 45%, muy elevado, y un margen bruto del 55%.
Detrás de esos sólidos resultados se encuentra la apuesta a la tecnología de 5 nanómetros. El cálculo de TSMC es que, por todo un período, hasta una década según analistas, gozará del duopolio global -compartido con Samsung- de los chips de 5 nanómetros. A medida que pase el tiempo se sumarán competidores, lo que hará descender el precio de esos chips.
Las inversiones que se están llevando a cabo en Estados Unidos, Europa, Japón, China y Corea -privadas con estímulos y fondos estatales- apuntan en su mayoría a incorporar la tecnología de 5 nanómetros. Pero el crecimiento repentino de la demanda también ha provocado un cuello de botella -y ganancias extraordinarias- en el puñado de empresas del sector de manufactura de la maquinaria necesaria para hacer microprocesadores, con la holandesa ASML Holdings a la cabeza.
La propia TSMC prevé realizar un gasto de capital de entre US$ 40.000 y US$ 44.000 millones en el bienio 2022-2023, dando continuidad a inversiones previas, como los US$ 30.000 millones gastados en 2020. Parte de los fondos previstos para este año están destinados al joint venture que TSMC armó con Sony y el gobierno de Japón para la construcción de una fábrica de chips en ese país a un costo de US$ 16.000 millones.
Caras largas. Pero existe otro presente: el de Intel que, aunque gana dinero, no termina de satisfacer a los inversores, que miran su desempeño con cierta distancia. Los financistas aseguran que Intel está teniendo márgenes decrecientes y lo adjudican a su apuesta a un universo de chips de 10 nanómetros, tecnología que habría mantenido demasiado tiempo en escena, según los críticos, y próximamente a otra de 7 nanómetros, todavía con un desempeño por debajo de la ya probada de 5 nanómetros. Este procesador será el que fabricará en dos locaciones en Arizona, Estados Unidos, por las que invierte US$ 20.000 millones desde 2021.
Las realidades de TSMC e Intel se dan en un mismo mercado caracterizado por tasas de crecimiento anual de ventas del 23%, como la que registró en el primer trimestre de 2022, con una facturación global de US$ 151.700 millones, según datos de la Asociación de la Industria de Semiconductores (SIA, por sus siglas en inglés). SIA aclaró que ese nivel de ventas era un 0,5% menos que las logradas en el cuarto trimestre de 2021. SIA representa el 99% de la industria de semiconductores de EE UU por ingresos y dos tercios de las empresas de chips fuera de EE UU.
Perspectivas. Gartner proyecta que este año los ingresos globales de los fabricantes de semiconductores totalicen US$ 676.000 millones, con un aumento del 13,6% respecto de lo facturado en 2021. De producirse, será un gran número ya que todo indica que el crecimiento global de este año será mucho más bajo por los efectos de la guerra en Europa y los ciclos de pandemia.
Pero las perspectivas podrían ser mejores aún. Un análisis de la consultora global McKinsey sugiere que el crecimiento anual agregado de esta industria podría promediar de 6 a 8% hasta 2030 con una inflación general global del 2% anual a partir de 2024, cuando se supone que bajará la carestía. De ser así, el valor de ventas al final de esta década superaría el billón de dólares anuales.
McKinsey asegura que el 70% la demanda agregada de chips se deberá a solo tres industrias: automotriz, computación y almacenamiento de datos, e inalámbrica. En el caso de la industria automotriz, el crecimiento de la demanda por la conducción autónoma y la movilidad eléctrica podría derivar en que en 2030 un auto cargue con semiconductores por un valor de US$ 4.000 cuando en la actualidad es de US$ 500.
En el caso de la computación y el almacenamiento, el impulso estará dado por la IoT, IA y el Edge computing. En inalámbrico, el motor será el mejoramiento del parque en mercados emergentes por la llegada de 5G.